El Impertinente

6/05/2007

La guerra contra el narcotráfico VIII / El Ejército y el narcotráfico – primera instantánea

Hoy sabemos que Calderón ha declarado lo que llama una “guerra” a ciertos grupos de narcotraficantes, término que precisamente dio inicio a estas entregas y que en esta la octava busca regresar al punto que es el cuestionamiento de la participación del Ejército en esta guerra contra el narcotráfico, misma que se convalidó en la más reciente reunión de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO), la última semana de mayo, que prácticamente la respalda. Esta política de militarización de las acciones contra el narcotráfico es justificada a cada paso por Felipe Calderón, y quienes lo respaldan, apoyándose en el Artículo 89 Fracción VI de la Constitución, al señalar que es facultad del Presidente de la República disponer de la totalidad de la Fuerza Armada permanente, o sea del Ejército terrestre, de la Marina de guerra y de la Fuerza Aérea para la seguridad interior y exterior de la federación. “Asimismo, la interpretación que hace la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de las TESIS P/XXVII/96 Y P/XXX/96, en las cuales se asienta que es constitucionalmente posible que el Ejército y Fuerza Aérea puedan actuar en apoyo de las autoridades civiles”, como hace unos días se invocó en un documento. Si bien es cierto que este argumento parte esencialmente de la incapacidad o rebase de las corporaciones policiacas que son encargadas propiamente de esta labor, sea por la rampante corrupción en todos los niveles o porque no se tiene insumos comparables a los utilizados por los narcotraficantes, desde contrainteligencia hasta capacidad de movilización y armamento. Sin embargo, aunque estuviera justificada por la Constitución esta incursión castrense a las calles de cada vez más ciudades del país, se está soslayando una sensibilidad política a la memoria histórica, propia y ajena, que advierte de los riesgos del contacto entre los militares y la sociedad y del desgaste de una imagen que hoy por hoy, guarda cierto prestigio ante la opinión pública. Esta fricción, que va de lo emocional a lo físico, es decir la intimidación visual de los piquetes de soldados y retenes, hasta el ejercicio mismo del micropoder en una situación de contacto como el cateo de un automóvil, que tiene como consecuencias incidentes como el sucedido el fin de semana en Sinaloa, con civiles atacados a tiros cuando no se detuvieron apropiadamente en un alto militar. Tres mujeres y dos menores, fueron abatidos a tiros por soldados en el retén de una carretera en Sinaloa, y poco después un joven de 25 años muere también por disparos de militares, en ambos casos por no haberse detenido los vehículos donde viajaban.

Y claro, allí están los spots publicitarios en al televisión abierta y radio, en que se justifica esta participación del ejército, pero la misma percepción de esta necesidad evoca una imagen en la que se percibe un Estado de excepción, por mera inferencia. Aunque ya fueron consignados 19 militares por los hechos en Sinaloa, es una muestra clara de esta confrontación entre el Ejército y la sociedad. Este martes en el programa de radio de Carmen Aristegui, en un debate entre analistas, Lorenzo Meyer, historiador, lo pone muy a las claras: el hecho de tener que circular por el país “teniendo que respetar retenes de esta naturaleza, se entienden que ocurra en Irak, donde han tenido lugar un montón de incidentes, donde por equivocación se mata a los civiles, pero ¿con qué autoridad en el caso de México un grupo de militares dispara contra un vehículo civil nada más porque no se detiene en el retén?”, se pregunta Meyer, quien se refiere a los comentarios de un legislador que no identifica con su nombre, quien al ser cuestionado sobre esto señaló “pero claro, si estamos en una guerra interna", pero entonces –pide Meyer– ya se diga claramente “que estamos en esa guerra interna y que, las reglas del juego son de tal naturaleza que ahora el Ejército puede llegar a esos puntos y no es único incidente. En Tamaulipas ya se da el siguiente, en realidad con unas horas de diferencia, el llevar acabo una guerra dentro de la población, porque no es una guerra entre un ejército y otro, en donde estén mas o menos identificados los adversarios, es una guerra donde se identifica a uno de los ejércitos y el otro esta metido en un medio en el que domina los civiles, la mayoría de los mexicanos son civiles que no tienen nada que ver con el narcotráfico y es entre ellos en donde tiene que detectarse a los narcotraficantes, pero con un aparato que en principio entrenado, no para sutilezas, sino para acciones contundentes contra un enemigo identificado, pero aquí no lo pueden identificar y no tienen la sutileza que se requiere, que se supone que probablemente la policía lo tenga y los retenes, en particular yo no entiendo mucho la lógica de esto. Para un enemigo que no esta identificado, que no usa uniforme, entonces la manera de aproximarse a el es por la vía de operaciones de inteligencia viendo donde están lavándose los dineros, viendo sus redes empresarios los protegen, qué jueces los protegen, etcétera. Ponerlos en las carreteras, si uno es, supongamos que tu y yo fuéramos narcotraficantes inteligentes, lo ultimo que se nos ocurriría es ir por las carreteras ¿para qué? Entonces, los retenes ¿a quién van a retener?

Normalmente a civiles que no tienen nada que ver con los más obvios porque los verdaderos, los profesionales no se van a arriesgar ir ahí y en esos retenes suelen pasar y van a pasar estas cosas. Veía yo la declaración de un senador panista que en el Congreso dice que "bueno, pues qué pena pero así es la guerra". Y para concluir, yo me pregunto ¿esos 16...supongamos también, pongámonos el caso de 3 oficiales y 16 soldados, supongamos que son un capitán o un par de tenientes, a los cuales se les ordena detener y que la revisen, el responsable de este incidente son ellos a los que se les dijo "deténganlos y si la camioneta no se detiene, disparen" o son los que les dieron la orden ¿y quién da la orden en una pirámide perfectamente, si hay una pirámide perfecta de autoridades en el Ejército? El responsable tiene que ser el Secretario de Defensa y sobre todo el Presidente que le da las órdenes al Secretario de Defensa, entonces quienes ponen los retenes son en realidad los responsables de esto. El oficial y el soldado están ahí para actuar en cosa de segundos y la camioneta no se paró, aunque ahora nos dicen claramente que los disparos fueron hechos de frente, bueno pues sí pueden ser hechos de frente porque está quien los hace a unos metros de donde se debía de haber parado, no se para y la manera de detenerla es dispararle de frente, no digo que sean inocentes estos soldados, lo que digo es que si tienen esas ordenes, entonces las cumplen bien”, subraya incisivo el analista político.

Por su parte, Juan Antonio Crespo opina que empiezan a surgir las contradicciones “de esta guerra que a mí me parece desordenada, que no fue bien planeada y, empieza a salirse de control. Este es uno más de los incidentes que refleja que se esta saliendo de control porque dice Lorenzo [Meyer] "qué sentido tiene lo de los retenes para combatir el narco", y efectivamente uno, la forma de combatirlo tendría que ser por otro lado. Sin embargo, está el incidente de Sonora donde camionetas, que vaya parecían tanques, que no tenían placas, que tenían los vidrios oscuros, que cruzaron una buena cantidad de carretera para dirigirse a Sonora y que nadie los retuvo ni nadie los detectó. Agrega Carmen Aristegui que fueron 300 kilómetros de distancia, según el gobernador sonorense, Eduardo Tours, de este recorrido, y Crespo apunta que esta queja de Bours provocó que “cayeran” algunos agentes federales “que no hicieron nada ante lo que parecía que era muy evidente que era una caravana de sicarios. Ahí es donde quizás los retenes podrían tener algún sentido”. Concluye el analista que la estrategia “está mal hecha, les está saliendo mal y, por otro lado, yo pienso, por ejemplo, en los que fueron asesinados. A ti te paran de pronto los militares y algunos ciudadanos pueden decir "bueno pues sí, que me revisen yo no tengo nada que ver", pero si uno ya sabe también que los militares no distinguen o a veces no distinguen entre los sicarios y la población civil como ocurrió en Michoacán, donde de repente, pues agarraron parejo a la hora de interrogar y de llevarse a la gente y hay violaciones a derechos humanos, pues te da miedo, como normalmente le da miedo a cualquier ciudadano mexicano ver la policía; te detiene la policía y ya no sabes qué va a pasar, no sabes a dónde te van a llevar, no sabes si te van a extorsionar, entonces si tu estás enterado de que ha habido excesos y abusos de los militares en algunos lados a lo mejor dices "pues me arriesgo, yo me sigo no creo que me disparen, en cambio si me detengo no sé donde voy a ir a parar, ni cómo me va ir, aunque sea yo inocente, aunque yo no tenga nada que ver con el narco".

Ya se empieza a salir de control este asunto”. Denisse Dresser aporta que ya se están presenciando los “daños colaterales” y casi cotidianos –señala– de la lógica de utilizar al Ejército para combatir al narcotráfico, y este tema de los abusos cometidos por el Ejército no es un tema nuevo ni especifico para México, como lo decía con claridad Lorenzo Meyer, sacar el ejército a las calles tiene costos, se viven en Irak todos los días, en cuanto a que existe ya en el ejército una lógica de justificación quizá de violencia contra civiles, en aras de combatir la violencia que a su vez produce el narcotráfico y aquí habría que preguntarse, ¿qué tanto entrenamiento tiene el Ejército Mexicano para lidiar con estas nuevas responsabilidades? Y lo que está evidenciando el asunto de los retenes es que no es así y creo que, ahora, el tema va a tener que ser el deslinde de responsabilidades, el que qué va ocurrir con esas personas, de los militares que ahora van a ser sometido, me imagino, que a un juicio y algo que han reiterado las organizaciones de derechos humanos internacionales preocupante, en el caso de México, es que con frecuencia estos casos de abusos cometidos por los militares, son tratados por la misma justicia militar y no de cara a la opinión publica, no de manera transparente, lo cual lleva a que muchos de estos casos después quedan en el olvido y no sabemos bien a bien sí hubo justicia contra las personas responsables”, acusó la catedrática del ITAM.

Vale la pena entonces detenerse en el análisis de estos peligros a que nos exponen las políticas castrenses, que son grandes tentaciones del ejercicio del poder, pero es apenas la punta de la madeja porque el Ejército también está expuesto a las infiltraciones y las tentaciones como es caso arquetípico y folclórico de Los Zetas.

5/30/2007

La guerra contra el narcotráfico VII / La sicaria de Apatzingán


No hay día que nos e publique en la prensa alguna ejecución o “levantón” que en la jerga del narcotráfico se refiere a la acción por la cual un comando armado secuestra a una o varias personas que tienen cuentas pendientes con algún cartel de las drogas, casi siempre para ser ejecutados horas o días después con despliegue de sadismo mediático que ya se convierte en una bizarra firma: cortar las cabezas y arrojarlas a manera de desafío a las puertas de alguna corporación policiaca, con un “narcomensaje” que también puede ser encontrado junto con el cuerpo decapitado, en el que se delata o amenaza a jefes policiacos o cárteles rivales. El asunto es que se está generando un abundante material proto-fílmico que ya quisieran muchos guionistas de merito Hollywood, porque de seguro de este lado del Río Bravo ya los hermanos Almada, si les queda pila, estarán preparándonos alguna peliculilla taquillera donde aparezcan “el Chapo”, “el Chapito”, “el Güero” Palma, el fantasma del “Señor de los Cielos”, Los Valencia, Los 30, la Federación y no podían faltar los Zeta… en fin, pero es como estar leyendo un guión de esos en los periódicos de la semana del 7 al 15 de mayo, con las incursiones de los militares en varios municipios de Michoacán, en la zona de tierra caliente esa entidad, como Apatzingán, Nocupétaro, Carácuaro, Turicato y Huetamo, y (entre paréntesis, qué manera de ser oportunos de los directores y productores de la película El Violín), donde los rudos milicos han abusado, como siempre, y no pierden ocasión de materializar a culatazo limpio el poder del fusil, la bota y el casco. El lunes 7 de mayo el Ejército buscó la venganza. Seis días antes cinco militares vestidos de civil, se toparon de frente con una camioneta repleta de “Zetas” en el municipio de Carácuaro, Michoacán, cayeron acribillados y fueron declarados por el gobierno “héroes de la patria”. El lunes 7 se encontró la ocasión para la vendetta y justificar ante los medios la continuidad de la incursión militar. Se tendió un operativo en media ocena de municipios de la zona caliente de la entidad, y se localizó una célula de sicarios entre ellos una joven de nombre Claudia Alejandra. De una casa de seguridad en la calle de Fray Melchor de Talamantes de la colonia Miguel Hidalgo, bien temprano, un hombre salió por cervezas, con una pistola al cinto; no falta quien diera el pitazo a los guachos, y al filo de las 9 de la mañana había un cerco militar alrededor de la vivienda, y cuando les ordenaron salir, alguien abrió la puerta y descargó de un AK-47 tanta bala como para medio batallón, era ella, de 27 años, con su rifle automático, y después el ataque superlativo de los militares hasta desbaratar media casa. Todos muertos. La nota de La Jornada

del 8 de mayo dice “Los militares utilizaron metralletas y bazucas, por lo que la vivienda donde se atrincheraron los presuntos narcotraficantes quedó totalmente calcinada. En el inmueble se encontraron dos fusiles AK-47, una carabina M-16, tres pistolas calibre 38 súper, una cantidad indeterminada de cartuchos, una granada de mano y sustancias químicas aún no analizadas”.

En Nocupétaro tenemos otra película. Resulta que en el bar-prostíbulo “La Estrella” de ese municipio, propiedad de Carmela Gamiño Martínez, era lugar predilecto para las francachelas de hasta semanas enteras de una célula de los sicarios conocidos como “los Zetas”, exmilitares al servicio del cártel del Golfo, comandados por José Luis Carranza Galván, El Jaguar o El Carranza, que padece vitiligo y mantenía relaciones con la Carmela, pues él y sus carnales fueron los que ejecutaron a los cinco militares el 1 de mayo. Dos días después llegan los soldados a “La Estrella” y se llevan a tres menores de edad que fueron torturadas y violadas durante varios días. En ese antrillo fue que se fraguaron acciones clave que definieron la escalada de violencia de los siguientes días en esa entidad, que ha dedo pie a que se justifique y refrende la participación del Ejército en la llamada lucha contra el narcotráfico, algo que muchos ven como un camino peligrosos para México, donde las fuerzas militares pueden ser llevadas a situaciones de excepción de facto.

Imagen: Milenio 8 de mayo

5/11/2007

La guerra contra el narcotráfico VI / realidades que superan ficciones

La entrega pasada hablábamos de la relación cronosociológica de tres películas muy significativas para ilustrar la esencia del vínculo entre la cultura del consumo y las adicciones, con un pegamento altamente mediático y que los gringos saben vender muy bien: sexo, drogas y violencia. En las cintas Kids (1995), de Larry Clark, Elephant (2003) de Gus van Sant, y Alpha Dog (2007) de Nick Cassavetes, que muestran la relación casi ontológica entre la muerte hedónica por sexo y drogas de la generación perdida (una de tantas que ya se empieza a volver un cliché protogenérico, que a través de relaciones humanas violentas de los jóvenes encuentran una identidad que tiene que ver con un nihilismo reeditado, que igual abate a los barrios bajos de las minorías étnicas, afroamericanos y latinos al igual que a la clase proletaria blanca llamada “basura blanca” (white trash), como a la clase media de los estudiantes en Elephant, y la burguesía adinerada de Alpha Dog, donde una bola de juniors adolescentes unos apenas adultos otros, metidos hasta el cuello en el tráfico de drogas, el alcohol y el sexo promiscuo, el submundo de los jóvenes ricos de Estados Unidos, en el juego de la vida y la muerte en un parpadeo y la iracundia como estilo de vida. la matanza de Columbine, en 1999, y el lunes 16 de abril de 2007 en el Tec de Virginia, son códigos elocuentes de fórmulas que agitadas en un mismo recipiente por décadas necesariamente hacen explosión, como en el interior de la oval cabeza de Cho Seung-Huin, que dejó un claro mensaje: “Ustedes me obligaron”, para morir mediante un plan previamente trazado con la leyenda en su cuerpo en letras rojas "Ismail Ax" (El Hacha de Ismael). En algunas horas los medios se encargaron de develar el ángulo dramático del caso. Jorge Fernández Meléndez, en su columna Razones del 18 de abril en Excélsior, señala que surgió la “teoría sobre un drama pasional como desencadenante de la tragedia. Según dijo un estudiante de Taiwán en una entrevista con el canal taiwanés CTI, la matanza comenzó tras una pelea del asesino con su novia por una supuesta infidelidad. Cho mató a su pareja y a otro hombre que quiso mediar en la discusión. Unas dos horas más tarde se produjo otro tiroteo en el lado opuesto del campus de la Universidad Politécnica de Virginia, en el que murieron otras 30 personas”, dice otra vez Fernández Meléndez en su columna del día siguiente. “El estudiante había mostrado recientemente signos de conducta errática y anormal, entre los que se cuentan encender fuego en un dormitorio y un supuesto acoso a algunas mujeres, según el periódico Chicago Tribune. Además, Cho podría haber ingerido en algún momento medicamentos contra la depresión.

”La policía del campus universitario encontró dos revólveres, un Glock calibre .9 milímetros y una Walther P22 calibre .22, una de las cuales fue usada en los dos tiroteos y comprada legalmente en una tienda local de revólveres, en un nuevo episodio letal que puso en el radar nacional la controversia sobre el control de las armas de fuego por la facilidad de adquirirlas en estados como Virginia”, y los días siguientes, claro, se dieron alarmas falsas en múltiples puntos de Estados Unidos”.

En La Jornada llama la atención esta aritmética de la violencia con armas de fuego. El 17 de abril publica que es “la peor tragedia dentro de un centro escolar en la historia de Estados Unidos”, con 33 personas muertas, “pero en este país fallecen aproximadamente 30 mil al año por heridas causadas por armas de fuego, un promedio de 81 personas cada día”. Dice el diario que “según cifras oficiales del federal Centro de Control de Enfermedades, en los pasados cinco años (las cifras más recientes son de 2004), más de 148 mil personas han muerto por una arma de fuego en Estados Unidos, de éstos, 14 mil 500 son menores de edad. En un año murieron 29 mil 569 personas a causa de armas de fuego, un promedio de 81 personas por día o una persona asesinada cada 18 minutos, reporta la organización Brady Campaign to Prevent Gun Violence […] se calcula que 39 por ciento de los hogares en Estados Unidos tiene una arma de fuego. Se registran ventas de entre 3 a 4 millones de armas de fuego al año, y se calcula que entre uno y tres millones adicionales se intercambian en mercados secundarios”. Pero eso no es todo: “Casi 3 mil niños y adolescentes murieron a causa de armas de fuego en un año -o sea, ocho al día en promedio. Según estas estadísticas, la tasa de muerte por balas entre menores de 15 años era casi 12 veces más alta que el total de los otros 25 países industrializados combinados. Los heridos por bala sumaron 69 mil 825 en 2005; más de 191 al día”.

"Hace ocho años, los jóvenes en Littleton, Colorado, sufrieron un horrible ataque en la preparatoria Columbine, y hace 6 meses, cinco jóvenes fueron asesinadas en una escuela Amish en Pennsylvania. Desde esas matanzas, no hemos hecho nada como país para poner un fin a la violencia con armas en nuestras escuelas y comunidades. Si algo, hemos hecho más fácil es el acceso a poderosas armas", dice Paul Helmke, presidente del Brady Campaign, según La Jornada la organización nacional de mayor presencia en el esfuerzo de prevención de violencia armada en este país.

En otra nota, ésta de El Universal, el 18 de abril se publicó que en el análisis de la compra de armas del estudiante surcoreano, “el "menú" de posibles compras es escalofriante. Del más corriente revólver -conocido como "especial de sábado por la noche"- al Barrett de .50 milímetros capaz de penetrar blindajes y con un alcance de más de tres kilómetros, sin olvidar fusiles de alto poder, cuernos de chivo (AK-47) y hasta algún lanzagranadas "perdido", figuran en las posibilidades de compra legal”.

Se detalla en el reporte que “el tráfico de armas en la frontera con México es una queja constante de las autoridades mexicanas. Según reportes estadísticos, hay más de 25 mil comerciantes de armas autorizados en EU. Muchos de ellos apenas venden alrededor de una docena de armas por año, pero hay otros que las venden de hecho por internet, y eso sin olvidar las más de 4 mil "ferias" -por no decirles "tianguis"- de armas que hay en todo el país. Se cree que sólo en Texas hay unas 400 ferias de ese tipo cada año […] De acuerdo con las investigaciones policiacas, Cho no necesitó más que presentar su documento de residencia legal para adquirir su primera arma, una pistola automática Glock nueve milímetros, el 13 de marzo”.

Para redondear el tema a partir de estos acontecimientos, quiero citar de nuevo a Fernández Meléndez, quien en su columna Razones pero del 17 de abril en Excélsior, destaca precisamente la comparación que me permite hace bisagra: “32 jóvenes muertos en la prestigiada Universidad Tecnológica de Virginia; en México, 20 asesinatos producto del ajuste de cuentas entre grupos criminales y el secuestro de por lo menos tres personas relacionadas con esos hechos. Fueron Virginia, en EU, y México, los dos puntos más violentos del planeta ese día, por encima de Irak y Afganistán.

“Con respecto a la violencia generada por el narcotráfico y la lucha en su contra en México, todo el mundo tiene sus teorías, algunas sensatas, otras descabelladas y otras que forman parte de las coartadas de los grupos criminales. Pero deberíamos preguntarnos con seriedad por qué más allá del ataque de locura de un estudiante surcoreano o las venganzas de los narcotraficantes contra sus rivales se pueden producir estos hechos. Debemos preguntarnos por qué en naciones que tienen, también, por ejemplo, una fuerte presencia del crimen organizado, el número de víctimas no es tan alto o por qué es tan fácil y "barato", legal y socialmente, matar a alguien en México. Y las respuestas de fondo las tendremos en el tema de las armas”. Más adelante Fernández Meléndez revela comparte sus datos: “en ninguna democracia del mundo es más fácil hacerse de todo tipo de armas que en Estados Unidos: es sencillo y legal. Cualquiera puede comprar prácticamente todo tipo de las de alto poder. El presupuesto de la industria militar fue el año pasado de 400 mil millones de dólares y obviamente la mayor parte de esos recursos se destinaron a la llamada guerra contra el terrorismo, pero la industria fabricó armas portátiles como nunca antes”.

Y en este contexto destaca la doble vía mercantil del narcotráfico mexicano: “… buena parte de la droga que llega a la Unión Americana pasa por México, pero esas mismas redes sirven para que las armas que utilizan los narcotraficantes se envíen desde Estados Unidos a nuestro país”, y todos sabemos que es una industria altamente lucrativa para el Tío Sam.

Pero 20 días después tenemos nuestra propia materia prima cinematográfica con el tiroteo del 7 de mayo en la colonia Hidalgo de Apatzingán, Michoacán, donde “presuntos” -la palabra favorita de políticos y periodistas- narcotraficantes protagonizaron una refriega que terminó con un hoyo humeante en la trinchera de los aguerridos jóvenes narcos. La historia de Claudia Alejandra Cortés Reyes, que contaremos en la entrega próxima.

5/02/2007

La guerra contra el narcotráfico V / Las drogas y los mercados simbólicos

Nunca antes la realidad y la ficción habían estado tan estrechamente relacionadas en el imaginario colectivo de una sociedad como en las últimas dos décadas. La riqueza material en el capitalismo, de la desde los fisiócratas franceses, muy inspirados con el saqueo de África y América para sus bien estructurados cálculos filosóficos, ha transitado hacia niveles inéditos de abstracción, situando la esencia misma de la riqueza, el dinero, en un significado constante de acumulación, pero la sustancia, cada vez más volátil, depende más de un símbolo que de la real existencia de riqueza material. El valor de una cuenta bancaria, de inversión, el significado de una transferencia electrónica y su conversión en objetos, que pueden valer desde un penique hasta cientos de millones de dólares, trátese de una goma de mascar en la que se invierten sumas ridículas en publicidad, o de una visionaria obra maestra que en su momento no valió un cacahuate pero exprimió a su autor hasta la inanición, todo es posible. Así llegamos a la representación de representaciones, una paradoja porque es la síntesis irremediablemente improbable de la finalidad última de la riqueza material: el bienestar, para ni siquiera mencionar la “felicidad”, concepto tan extraño y banal como la fe, o ¿será que precisamente de eso se trata, de poner a toda prueba en lo que se cree? La dirección de estas interrogantes apunta al consumo masivo de drogas como una gran fisura, una especia de daño colateral, necesario, de la mugre que deja ese famoso “progreso”, otro cacharro inservible del léxico materialista del capital, el supermercado simbólico, que vende en la trastienda, el mercado negro, todas aquellas mercancías que el deseo de comprar, de usar, de “vivir”, acecha como espejismo del sueño, desde hace cien años el “sueño americano”, devastadora caja de mentiras desplegada al otro lado de nuestra frontera.

Desde hace medio siglo los estudios académicos han detectado y definido los mecanismos de la reproducción simbólica del capital, desde T. Adorno, la escuela de Frankfurt, Walter Benjamín, se documenta y rastrean las huellas dactilares de la inteligencia multinacional de los grandes capitales, y para enfocar mejor esta reflexión vayamos a las industrias de la cinematografía y la televisión comerciales, artefactos culturales que merecen un análisis coyuntural, para dar una explicación antropológica al fenómeno del narcotráfico y la violencia social en esta primera década del siglo 21.

Demos un repaso de algunas películas, que desde nuestro punto de vista, como documentos culturales, pueden aportar algunas claves para entender, por la voz de su autor o los intereses industriales que la respaldan y patrocinan esa extraña vinculación entre realidad y ficción, que para nosotros son estertores de la cultura postimperial norteamericana, que languidece desde hace algunas décadas y se extinguirá en un par de siglos.

La adicción, en términos sucintos, es un concepto que explica y define parte del espíritu de esta sociedad decadente, pero que tiene una línea que puede rastrearse desde la Guerra del Opio, hasta nuestros días, de las calles de Los Angeles, Nueva York, Tijuana, Monterrey, ciudad de México, Guatemala, Panamá Bogotá. Sin embargo, las adicciones tienen una explicación simbólica, que encuentra su esencia en ese motor de la reproducción de los valores íntimos de la sociedad, y en el capitalismo decadente que se vive en Estados Unidos, pero que mantiene su poder gracias en parte a esa industria cinematográfica que es generalmente patrocinada por los grandes intereses comerciales que abanderan el consumismo como la única manera de ser feliz. Para Estados Unidos y el sistema que emblematiza, una industria como la cultural, particularmente el cine y la televisión, resultan estratégicas, pero lo curioso es que incluso las películas independientes son atraídas por esa extravagante inercia que hace suyo incluso lo que le hace daño. Pensemos en la serie de los Simpson, que en su momento podría considerarse legítimamente irreverente y crítica, pero hoy por hoy, es la justificación misma de la familia gringa.

Regresando al mundo de las drogas, analicemos la línea trazada por tres películas muy significativas para nuestra tesis: Kids (1995), de Larry Clark, Elephant (2003) de Gus van Sant, y Alpha Dog (2007), de Nick Cassavetes, que trazan de una manera muy visual la degradación de las juventudes norteamericanas que de alguna manera se las arreglan para consumir 300 toneladas de cocaína todos los días, pero aquí lo importante es subrayar que los narcóticos ilegales son sólo uno de los elementos, claro de los más espectaculares, junto con la violencia, que se convierten incluso en iconos de la locura y el desastre, pero que al final del día tienen que ver con al terrible orfandad generacional, que padecen desde los inmigrantes esclavizados hasta los millonarios herederos de Bush.

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4/12/2007

La guerra contra el narcotráfico IV / ¿Por qué drogarse? ¿Por qué dejar las drogas?

Hay dos eternos debates, ineludibles, aquel de que el adicto nace o se hace, es decir, si existen fundamentos para demostrar una predisposición genética, o es el ambiente el factor fundamental, la coyuntura existencial de quienes transitan el camino de las adicciones, o una combinación de ambas, que sería lo más lógico suponer, y el otro dilema bizantino es la diferenciación entre las distintas drogas para explicar, por ejemplo el que existan drogas que son legales e igual o más dañinas que las penalizadas, sino que además son industrias de miles de millones de dólares con inmensos presupuestos para publicidad y cabildeos, como las industrias tabacalera y de las bebidas alcohólicas, pero también los fármacos con prescripción que se distribuyen sin regulación estricta en circuitos legales y en el mercado negro.

Como puede verse no es un problema sencillo, sobre todo si agregamos un poco de condimento humano, social, existencial, en una era en la que la sobresaturación de productos (claro con toda la pleonástica que conlleva), de la mano con una orfandad espiritual, con un capitalismo voraz ocupadísimo en exprimir los bolsillos, entrenándonos para el desenfreno, mientras sea negocio, en cuanto se obtengan dividendos, se diluye la moral y la falta de ética empresarial no conoce limitaciones para ocultar, conspirar, engañar, como lo hizo durante décadas la industria tabacalera multinacional; recordemos tan sólo aquellos infames cañonazos de dinero que soltaron las compañías cigarreras en el Congreso mexicano para detener leyes que les perjudicaran con micro aumento en los impuestos al tabaco. Nomás nos e pudo, con dinero baila el perro, hoy más que nunca.

Ahora pensemos por un instante en que el narcotráfico en México se lleva aproximadamente 2oo millones de dólares en ganancias netas ¡cada día! Ya podemos dejar atrás las más fantásticas películas de “acción” de los capos del narcotráfico que produce Hollywood porque acá en México los narcotraficantes son enterrados en ataúdes con brocados lujosos, incrustaciones de oros, plata y piedras preciosas; usan escuadrones de temibles kaibiles y desertores de cuerpos élite del ejército, se matan y decapitan entre ellos mismos y desde adolescentes se entrenan en el lavado de dinero, además de aquilatar las conquistas de género, con mujeres al mando de familias corporativas de alto vuelo con en el cartel de Tijuana. Qué no harán estos poderosos con sus ejércitos de narcomenudistas para atraer a los niños y adolescentes, sus potenciales clientes, sin quienes obviamente, no habría negocio.

Ahora retrocedamos veinticinco años, hacia mediados de los años setenta, cuando puede distinguirse el primer claro auge en el uso “recreativo” de psicotrópicos con importante impacto demográfico, después de la ola del jazz subterráneo, be-bop y la generación de los primeros beatniks, pequeños círculos, casi sectas de alucinados como las que encabezaba Timothy Leary, y el hippismo dio a las drogas, sobre todo las psicodélicas, un lustre místico, de acceso a otros estados de conciencia, y unido a las ondas sonoras de la música ácida, el rock y el rythm & blues y la parafernalia del rockstar system y los mercados masivos que representan la etiqueta de contracultura que, independientemente de su valor como ideología antitética de la sociedad de consumo del ya desde entonces agotado capitalismo. Para un joven que no responde automáticamente, asimilándolos, valores y tradiciones culturales, que ya no se identifica con el modelo burgués de familia y un sistema de producción destructor, que devora a las masas como combustible para una maquinaria insaciable, solo, entre aparadores distantes que ofrecen mercancías de colores brillantes mientras se levantan edificios por doquier, como volcanes que arrasan su alrededor, precipitando diariamente personas como hormigas de sus trabajos a sus casas una y otra vez, por lo menos media vida.

Las drogas, entonces, por destructivas, por fugaces, son deseables para ese joven que defenderá a capa y espada su derecho a la rebeldía, su derecho a la embriaguez, al exceso, hasta que ya nos e puede defender, porque el sistema de la adicción te ha consumido.

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4/04/2007

La guerra contra el narcotráfico III / Consumismo y drogadicción

En la anterior entrega fuimos de una punta a otra de la madeja en la problemática del consumo de drogas y la violencia del narcotráfico. El jueves 29 en el vendaval de información pasa desapercibido un cable de la agencia Notimex, en la que se informa que en comisiones del Congreso se empieza el análisis de una propuesta muy importante que… ¡Sorpresa!, viene de la PGR, de la persona de José Luis Santiago Vasconcelos, que el sexenio pasado estuvo a cargo de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) y ahora subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales, que llega con una iniciativa que se dictaminaría este mes de abril, y que propone a la letra: “se permitiría la portación de dosis personales a drogadictos, con cantidades máximas de cinco gramos de opio preparado para fumar, 25 miligramos de heroína, dos gramos de mariguana y 500 miligramos de cocaína. Dicha propuesta también señala que la persona que porte drogas en dosis personales será remitida a las autoridades en el caso en que se les encuentre en centros educativos”. De entrada parece por lo menos relevante que se esté discutiendo, sobre todo cuando hace unos meses se desechó, afortunadamente, una propuesta para penalizar la posesión y el consumo mínimo lo cual, lógicamente, estiraría al máximo la hebra, con el riesgo de romperla a base de “soluciones” estrictamente policiacas, como hasta este momento parece encaminarse la política del gobierno federal en la complejidad de este problema multidisciplinario.

Y de nuevo en la punta de la madeja, regresamos a las primeras preguntas, las fundamentales: ¿por qué algunos seres humanos se hacen adictos a las drogas? No es una pregunta simple o de respuesta fácil como muchos quisieran, y se considera la predisposición genética, el ambiente social pernicioso como la desintegración familiar; la falta de cohesión social traducida en oportunidades reales para cada individuo, diferente en su esencia los demás, pero podríamos unir varias encrucijadas en las que estos elementos se integran con un oasis en la adolescencia: el poderoso paliativo, la droga mágica que liberará al doliente joven que no se identifica con su entorno y los valores con que ha sido educado en la casa y en la escuela; el adolescente promedio naturalmente atraviesa por cambios perturbadores, en el mejor de los casos, y la tracción de ese oasis que parece ofrecer la droga, puede revestir cierta dosis de miedo, pero en algunos casos éste es vencido por la sed de aventura, la tentación del lado oscuro de la vida, para que él o ella se acerque, y de un momento a otro empiece a experimentar ese fuego fatuo y, tal vez se asuste o satisfaga en parte su inquietud, pero con frecuencia ese derrotero de adicción, casi siempre dolorosa, podrá durar largo tiempo, a veces años y una vida entera.

La manera en que se ha presentado la tentación de las drogas y su impacto social ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, y en los próximos articulillos abordaremos aspectos de este proceso que nos lleven a comprender mejor la contextura de las drogas en el siglo 21.

3/28/2007

La guerra contra el narcotráfico II / La oferta y la demanda

Para retomar el tema que a manera de introducción de una serie de ensayos entrelazados, empezaremos propiamente en este capítulo, en el que creo necesario tomar uno de los extremos de la madeja, si acaso la más sensible porque podría considerarse estructuralmente como la causa, si hay una demanda hay una oferta, y en este caso la dinámica de mercado, como en muchos otros negocios ilícitos, implican ganancias exorbitantes, que dan plataforma a una expansión prácticamente sin límites, sobre todo por la alta tecnología y armamento de alto poder que esos capitales ávidos de ser consumidos y blanqueados, con el olor a soborno por delante, que pueden manipular de tal manera las cadenas de producción-distribución, que hacen prácticamente imposible, para cualquier gobierno, ganar la llamada “guerra contra las drogas”, si nos e atiende, precisamente, a muy largo plazo, el problema del consumo, que crece de manera geométrica, si no veamos cuántos metros cúbicos había de billetes de a cien dólares que salieron de la narco-residencia Las Lomas.

Me quiero referir para empezar con un punto argumentativo definido, a lo publicado el miércoles 14 de marzo del año pasado en La Jornada, en un artículo firmado por Javier Flores, en el que, con el título de “narcotráfico y simulación”, resulta bastante refrescante un año después de escrito, periodo en el que se han desarrollado nuevas aristas en esta espinosa problemática, y el texto empieza precisamente con el dedo en la llaga, por eso me gustó tanto: “la prohibición irracional al consumo de drogas es la forma más efectiva de beneficiar al narcotráfico y de poner en riesgo la salud de millones de seres humanos. Si desde hace por lo menos una centuria -según se dice-, se persigue sin tregua a los traficantes de sustancias prohibidas; y al comenzar el siglo 21 este problema no solamente no se ha resuelto, sino que ha crecido, significa que algo anda muy mal”, y más adelante la pregunta clave: “¿qué es lo que se trata de proteger con la prohibición? El tráfico de sustancias prohibidas está tipificado como un delito contra la salud, es decir, se trata de cuidar a la población, en especial la de nuestros niños y jóvenes (lo que da un toque más melodramático), pero el resultado es que el negocio crece, lo que significa que la gente consume cada vez más drogas. Con una agravante: la criminalización del consumo. Tratan de cuidar a nuestros jóvenes... ¡metiéndolos a la cárcel!”, y es precisamente ahí donde el dragón muerde la cola y cierra el ciclo perverso, en el sistema penitenciario.

Estoy de acuerdo con el artículo de Javier Flores en que no debemos temer a una pregunta: ¿por qué hay personas que consumen drogas? “Entre otras se encuentra la búsqueda de una sensación placentera, de bienestar. Por eso el narcotráfico es un gran negocio, porque comercia con necesidades humanas básicas. Hay drogas permitidas que tienen efectos análogos, como los antidepresivos, que por cierto también dan lugar a ganancias multimillonarias. Hay también muchos mitos acerca de los efectos sobre la salud de las sustancias prohibidas. Es cierto que el abuso en el consumo de algunas de ellas puede traducirse en diversos problemas médicos, pero más bien hace falta mucha investigación, pues existen drogas permitidas, como el tabaco y el alcohol, que tienen efectos mucho más nocivos”.

Más de medio año después se repiten los signos de alarma que cada vez con más frecuencia alerta el propio sistema de seguridad cuando es rebasado. Me permito citar algunos gritos en el cielo que pegaron los integrantes de la Conferencia Nacional de Gobernadores el 16 de octubre de 2006, en el que, cual caperucitas ante la proximidad del lobo, denuncian la perogrullada de que los capos tienen un "gran poder de intimidación" que provoca la "alarma social". Como publicó Milenio, en un documento “elaborado por todos los gobernadores del país denominado “Hacia un nuevo sistema de combate al crimen organizado”, en el cual se expone que la violencia afecta, entre otros problemas, la salud pública, la economía y la paz pública”

Dice el documento que “las consecuencias del crimen organizado son, principalmente: violencia y muertes, delitos graves contra la salud, inquietud y angustia comunitaria, tensiones en la relación gubernamental nacional e internacional, lavado de dinero, narcomenudeo, aumento en las adicciones, contaminación y corrupción en las instituciones públicas y privadas”, y detalla que “ahora el crimen organizado se está manifestando a través de actividades como el narcotráfico, las operaciones con recursos de procedencia ilícita, la falsificación de documentos, la doble identidad de delincuentes, los secuestros (levantones), los homicidios, entre otros, mismos que representan una actividad nociva para la sociedad y el Estado”.

Menos mal que también reconocen abiertamente “la ineficiencia del sistema de justicia penal, lo que alienta su comportamiento delictivo ante la impunidad”, lo que “se traduce en una percepción de inseguridad en la sociedad”, y qué bárbaros los gober preciosos, al dar algunas soluciones, perl qué va, ya sonaba muy bonito, más que un “plan estratégico”, es otro rosario de admisiones que, la verdad, ya da mucha flojera revisar, por obvios.

Lo que cabe resaltar es la geografía del narcotráfico tal como ellos la conciben: “Guerrero, Michoacán, Quintana Roo, Tabasco, Nuevo León, Baja California y Tamaulipas son las entidades con mayor violencia y presencia del narcotráfico, ya que son regiones en las que los cárteles se disputan el control de las plazas”. [Continuará...]