El Impertinente

5/02/2007

La guerra contra el narcotráfico V / Las drogas y los mercados simbólicos

Nunca antes la realidad y la ficción habían estado tan estrechamente relacionadas en el imaginario colectivo de una sociedad como en las últimas dos décadas. La riqueza material en el capitalismo, de la desde los fisiócratas franceses, muy inspirados con el saqueo de África y América para sus bien estructurados cálculos filosóficos, ha transitado hacia niveles inéditos de abstracción, situando la esencia misma de la riqueza, el dinero, en un significado constante de acumulación, pero la sustancia, cada vez más volátil, depende más de un símbolo que de la real existencia de riqueza material. El valor de una cuenta bancaria, de inversión, el significado de una transferencia electrónica y su conversión en objetos, que pueden valer desde un penique hasta cientos de millones de dólares, trátese de una goma de mascar en la que se invierten sumas ridículas en publicidad, o de una visionaria obra maestra que en su momento no valió un cacahuate pero exprimió a su autor hasta la inanición, todo es posible. Así llegamos a la representación de representaciones, una paradoja porque es la síntesis irremediablemente improbable de la finalidad última de la riqueza material: el bienestar, para ni siquiera mencionar la “felicidad”, concepto tan extraño y banal como la fe, o ¿será que precisamente de eso se trata, de poner a toda prueba en lo que se cree? La dirección de estas interrogantes apunta al consumo masivo de drogas como una gran fisura, una especia de daño colateral, necesario, de la mugre que deja ese famoso “progreso”, otro cacharro inservible del léxico materialista del capital, el supermercado simbólico, que vende en la trastienda, el mercado negro, todas aquellas mercancías que el deseo de comprar, de usar, de “vivir”, acecha como espejismo del sueño, desde hace cien años el “sueño americano”, devastadora caja de mentiras desplegada al otro lado de nuestra frontera.

Desde hace medio siglo los estudios académicos han detectado y definido los mecanismos de la reproducción simbólica del capital, desde T. Adorno, la escuela de Frankfurt, Walter Benjamín, se documenta y rastrean las huellas dactilares de la inteligencia multinacional de los grandes capitales, y para enfocar mejor esta reflexión vayamos a las industrias de la cinematografía y la televisión comerciales, artefactos culturales que merecen un análisis coyuntural, para dar una explicación antropológica al fenómeno del narcotráfico y la violencia social en esta primera década del siglo 21.

Demos un repaso de algunas películas, que desde nuestro punto de vista, como documentos culturales, pueden aportar algunas claves para entender, por la voz de su autor o los intereses industriales que la respaldan y patrocinan esa extraña vinculación entre realidad y ficción, que para nosotros son estertores de la cultura postimperial norteamericana, que languidece desde hace algunas décadas y se extinguirá en un par de siglos.

La adicción, en términos sucintos, es un concepto que explica y define parte del espíritu de esta sociedad decadente, pero que tiene una línea que puede rastrearse desde la Guerra del Opio, hasta nuestros días, de las calles de Los Angeles, Nueva York, Tijuana, Monterrey, ciudad de México, Guatemala, Panamá Bogotá. Sin embargo, las adicciones tienen una explicación simbólica, que encuentra su esencia en ese motor de la reproducción de los valores íntimos de la sociedad, y en el capitalismo decadente que se vive en Estados Unidos, pero que mantiene su poder gracias en parte a esa industria cinematográfica que es generalmente patrocinada por los grandes intereses comerciales que abanderan el consumismo como la única manera de ser feliz. Para Estados Unidos y el sistema que emblematiza, una industria como la cultural, particularmente el cine y la televisión, resultan estratégicas, pero lo curioso es que incluso las películas independientes son atraídas por esa extravagante inercia que hace suyo incluso lo que le hace daño. Pensemos en la serie de los Simpson, que en su momento podría considerarse legítimamente irreverente y crítica, pero hoy por hoy, es la justificación misma de la familia gringa.

Regresando al mundo de las drogas, analicemos la línea trazada por tres películas muy significativas para nuestra tesis: Kids (1995), de Larry Clark, Elephant (2003) de Gus van Sant, y Alpha Dog (2007), de Nick Cassavetes, que trazan de una manera muy visual la degradación de las juventudes norteamericanas que de alguna manera se las arreglan para consumir 300 toneladas de cocaína todos los días, pero aquí lo importante es subrayar que los narcóticos ilegales son sólo uno de los elementos, claro de los más espectaculares, junto con la violencia, que se convierten incluso en iconos de la locura y el desastre, pero que al final del día tienen que ver con al terrible orfandad generacional, que padecen desde los inmigrantes esclavizados hasta los millonarios herederos de Bush.

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