Este año pasará a la posteridad como el principio de una transformación de fondo, porque involucra ciclos históricos culturales, económicos, sociales, de poder, que involucra millones de personas y de dólares. En México, el maíz, como han dicho ya muchos en las últimas dos semanas, va más allá de ser una mercancía común. Además de ser el principal grano en la industria alimentaria del país durante centurias, es la semilla espiritual de los mexicanos desde que su humano artificio hizo brotar la magia de muchos colores, cada uno emparentado a una deidad y significación ontológica.
El maíz blanco, amarillo, rojo, azul, negro, verde, dará aliento a mitologías que hoy corren tenue pero efectivamente en la cultura popular: de la fila de las tortillas hasta el plato de tacos; hoy por hoy lo más ofensivo es amenazar la tortilla del mexicano. Ya podemos ver la melodramática y amarilla nota de las televisoras, de las doñas Petritas, de monederos descompuestos, quejarse del fin del mundo; Jacarando el albañil en la cola de la tortillería “La esperanza”, que hace aritméticas de la miseria: “¿adónde vamos a parar? Nos van a matar de hambre…”
Prevalecen los titulares, las cabezas parlantes de la televisión y los radiomerolicos que hablan del gran pacto del gobierno y los llamados “sectores productivos”, que fijan el precio del kilo de tortillas en $8.50, en una rara tensión de mercado que ha dado fruto al acaparamiento disfrazado de solidaridad, sí, con la misma connotación que muchos mexicanos damos a esta palabra, y bajar unos pesos el precio, pero claro, mediante claro arreglo con los monopolios del maíz, claro, las empresas del “Don Maseco”, que no le tiembla la mano para dársela a Wal Mart y hacer oportunista negocio mercadotécnico, porque no vas a esa tienda sólo por tortillas, ni con el Doctor Simi a comprar medicinas y aprovechas para las tortillas… ¿O sí?
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