El Impertinente

2/11/2007

La guerra del maíz II

Apuntábamos en la entrega anterior que estas escaramuzas entre los sectores productivos organizados en torno de la industria del maíz, son apenas los primeros destellos de lo que verán las siguientes generaciones en pleno desarrollo, una guerra comercial, cultural, de la cual este grano será un símbolo capital.

En este campo es posible distinguir tres parcelas de poder: 1) alimentario, 2) energético) 3) genético, en los cuales México, una de las cunas ancestrales de esta semilla mística, tiene hondas raíces y potencial, pero francas desventajas en la globalización a ultranza de las últimas dos décadas, con el riesgo incluso, de perder este fundamental patrimonio.

Hoy el asunto es la tortilla y, con todo y el compromiso del gobierno de aguantar unos seis meses con un precio por kilo debajo de los $8 pesos, esto es sólo una pequeña membrana que retiene una revolución en potencia, una de tantas guerras futuras, como la del agua, que también ya muestra sus pequeños colmillos.

En los últimos días, una información curiosa se desplegó en los medios, la incautación de toneladas de maíz, aparentemente acaparado en bodega de media docena de municipios de Jalisco, sin que se supieran nombres o trascendiera más allá de lo que toda cortina de humo implica, porque se sabe públicamente que son los grandes consorcios, intocables, los que monopolizan, acaparan, intermedian, especulan y medran, para al final fijar sus condiciones para controlar el mercado.

Cargill y Archer Daniel Midland, y los grandes industriales que usan el grano para harina y forrajes, como Minsa, Bachoco, Pilgrim's Pride y Tyson son algunas de esas empresas, claro, como siempre, las grandes marcas las beneficiadas, aunque se quiera aparentar lo contrario.

Claro que hay una presión en el mercado internacional por la reciente emergencia del etanol, producto del maíz, como un energético alternativo, harán en pocas décadas a este cereal una importancia doblemente estratégica, por lo que muchos se han preguntado ingenuamente por qué México no se puede beneficiar de esto, pero la respuesta es de Perogrullo, pues los grandes intereses corporativos serán los primeros en colocar la bandera de sus intereses en el corazón de la mazorca.

Aquí no acaba todo, ya que los demiurgos del capital, los cerebros pagados y cultivados por un nuevo tipo de corporaciones transnacionales que buscan grandes ganancias con la manipulación genética de vegetales y la apropiación de los bancos universales de especies, principalmente las de valor alimenticio y farmacológico, por eso la palabra clave es “transgénico”, que irresponsablemente se ha propuesto como “la solución” a la crisis del maíz. Las semillas “mejoradas”, tratadas genéticamente y patentadas para ser rentadas, vendidas, prestadas a los productores agrícolas de todo el mundo, y en el camino erradicar las semillas nativas y sujetar a los agricultores a ciclos artificiales con grandes dividendos para los dueños de la semilla, y el maíz resulta ser un blanco estratégico de Estados Unidos, el mayor productor mundial de maíz y de transgénicos.

Monsanto y Syngenta encabezan la lista de estas empresas. En el Consejo Nacional Agropecuario (CNA) aboga por ellas y promueve la cultura del transgénico como la panacea para el campo mexicano y se queja amargamente de las regulaciones para aprobar la introducción de una semilla transgénica a territorio nacional, lo que, para otros, es aún vulnerable e incapaz de refrenar los grandes intereses que ya hacen cuentas, sin una firme voluntad política de defensa soberana del patrimonio biológico nacional.

El 28 de diciembre leí en La Jornada que “el 85 por ciento de los productores de maíz en México son campesinos, cultivan en predios de menos de cinco hectáreas y no dependen de ellos. Manejan una enorme diversidad de semillas adaptadas durante siglos a diferentes climas y geografías, lo que, al contrario de las semillas uniformes industriales, son útiles en las condiciones marginales donde los conquistadores y anteriores señores feudales los empujaron a vivir, primero a sangre y fuego y más tarde a punta de urbanización salvaje y otros despojos”.

El 30 de diciembre en el mismo periódico en un artículo de la investigadora Silvia Ribeiro, del Grupo ETC, leemos la significación de lo que parece una información de finanzas, pero en el marco de una serie de movimientos del año pasado tendientes a reforzar la tendencia de la neo-monopolización de los medios de producción y en la compra de una empresa por otra, se puede vislumbrar lo que espera a las nuevas generaciones en su edad adulta. La compra de la empresa semillera Delta & Pine por parte de Monsanto. Ribeiro explica: “Delta & Pine era la mayor empresa de semillas de algodón en el mundo, con lo que Monsanto pasa a controlar también este rubro. Pero además, Delta & Pine es creadora de la tecnología "Terminator" para hacer semillas suicidas, que ya no puedan volver a reproducirse. Ahora Monsanto es la mayor empresa semillera en el mundo y controla también la patente para hacer las semillas suicidas y que todos los agricultores tengan que comprarle cada año”.