Para retomar el tema que a manera de introducción de una serie de ensayos entrelazados, empezaremos propiamente en este capítulo, en el que creo necesario tomar uno de los extremos de la madeja, si acaso la más sensible porque podría considerarse estructuralmente como la causa, si hay una demanda hay una oferta, y en este caso la dinámica de mercado, como en muchos otros negocios ilícitos, implican ganancias exorbitantes, que dan plataforma a una expansión prácticamente sin límites, sobre todo por la alta tecnología y armamento de alto poder que esos capitales ávidos de ser consumidos y blanqueados, con el olor a soborno por delante, que pueden manipular de tal manera las cadenas de producción-distribución, que hacen prácticamente imposible, para cualquier gobierno, ganar la llamada “guerra contra las drogas”, si nos e atiende, precisamente, a muy largo plazo, el problema del consumo, que crece de manera geométrica, si no veamos cuántos metros cúbicos había de billetes de a cien dólares que salieron de la narco-residencia Las Lomas.
Me quiero referir para empezar con un punto argumentativo definido, a lo publicado el miércoles 14 de marzo del año pasado en La Jornada, en un artículo firmado por Javier Flores, en el que, con el título de “narcotráfico y simulación”, resulta bastante refrescante un año después de escrito, periodo en el que se han desarrollado nuevas aristas en esta espinosa problemática, y el texto empieza precisamente con el dedo en la llaga, por eso me gustó tanto: “la prohibición irracional al consumo de drogas es la forma más efectiva de beneficiar al narcotráfico y de poner en riesgo la salud de millones de seres humanos. Si desde hace por lo menos una centuria -según se dice-, se persigue sin tregua a los traficantes de sustancias prohibidas; y al comenzar el siglo 21 este problema no solamente no se ha resuelto, sino que ha crecido, significa que algo anda muy mal”, y más adelante la pregunta clave: “¿qué es lo que se trata de proteger con la prohibición? El tráfico de sustancias prohibidas está tipificado como un delito contra la salud, es decir, se trata de cuidar a la población, en especial la de nuestros niños y jóvenes (lo que da un toque más melodramático), pero el resultado es que el negocio crece, lo que significa que la gente consume cada vez más drogas. Con una agravante: la criminalización del consumo. Tratan de cuidar a nuestros jóvenes... ¡metiéndolos a la cárcel!”, y es precisamente ahí donde el dragón muerde la cola y cierra el ciclo perverso, en el sistema penitenciario.
Estoy de acuerdo con el artículo de Javier Flores en que no debemos temer a una pregunta: ¿por qué hay personas que consumen drogas? “Entre otras se encuentra la búsqueda de una sensación placentera, de bienestar. Por eso el narcotráfico es un gran negocio, porque comercia con necesidades humanas básicas. Hay drogas permitidas que tienen efectos análogos, como los antidepresivos, que por cierto también dan lugar a ganancias multimillonarias. Hay también muchos mitos acerca de los efectos sobre la salud de las sustancias prohibidas. Es cierto que el abuso en el consumo de algunas de ellas puede traducirse en diversos problemas médicos, pero más bien hace falta mucha investigación, pues existen drogas permitidas, como el tabaco y el alcohol, que tienen efectos mucho más nocivos”.
Más de medio año después se repiten los signos de alarma que cada vez con más frecuencia alerta el propio sistema de seguridad cuando es rebasado. Me permito citar algunos gritos en el cielo que pegaron los integrantes de la Conferencia Nacional de Gobernadores el 16 de octubre de 2006, en el que, cual caperucitas ante la proximidad del lobo, denuncian la perogrullada de que los capos tienen un "gran poder de intimidación" que provoca la "alarma social". Como publicó Milenio, en un documento “elaborado por todos los gobernadores del país denominado “Hacia un nuevo sistema de combate al crimen organizado”, en el cual se expone que la violencia afecta, entre otros problemas, la salud pública, la economía y la paz pública”
Dice el documento que “las consecuencias del crimen organizado son, principalmente: violencia y muertes, delitos graves contra la salud, inquietud y angustia comunitaria, tensiones en la relación gubernamental nacional e internacional, lavado de dinero, narcomenudeo, aumento en las adicciones, contaminación y corrupción en las instituciones públicas y privadas”, y detalla que “ahora el crimen organizado se está manifestando a través de actividades como el narcotráfico, las operaciones con recursos de procedencia ilícita, la falsificación de documentos, la doble identidad de delincuentes, los secuestros (levantones), los homicidios, entre otros, mismos que representan una actividad nociva para la sociedad y el Estado”.
Menos mal que también reconocen abiertamente “la ineficiencia del sistema de justicia penal, lo que alienta su comportamiento delictivo ante la impunidad”, lo que “se traduce en una percepción de inseguridad en la sociedad”, y qué bárbaros los gober preciosos, al dar algunas soluciones, perl qué va, ya sonaba muy bonito, más que un “plan estratégico”, es otro rosario de admisiones que, la verdad, ya da mucha flojera revisar, por obvios.
Lo que cabe resaltar es la geografía del narcotráfico tal como ellos la conciben: “Guerrero, Michoacán, Quintana Roo, Tabasco, Nuevo León, Baja California y Tamaulipas son las entidades con mayor violencia y presencia del narcotráfico, ya que son regiones en las que los cárteles se disputan el control de las plazas”. [Continuará...]