El Impertinente

4/12/2007

La guerra contra el narcotráfico IV / ¿Por qué drogarse? ¿Por qué dejar las drogas?

Hay dos eternos debates, ineludibles, aquel de que el adicto nace o se hace, es decir, si existen fundamentos para demostrar una predisposición genética, o es el ambiente el factor fundamental, la coyuntura existencial de quienes transitan el camino de las adicciones, o una combinación de ambas, que sería lo más lógico suponer, y el otro dilema bizantino es la diferenciación entre las distintas drogas para explicar, por ejemplo el que existan drogas que son legales e igual o más dañinas que las penalizadas, sino que además son industrias de miles de millones de dólares con inmensos presupuestos para publicidad y cabildeos, como las industrias tabacalera y de las bebidas alcohólicas, pero también los fármacos con prescripción que se distribuyen sin regulación estricta en circuitos legales y en el mercado negro.

Como puede verse no es un problema sencillo, sobre todo si agregamos un poco de condimento humano, social, existencial, en una era en la que la sobresaturación de productos (claro con toda la pleonástica que conlleva), de la mano con una orfandad espiritual, con un capitalismo voraz ocupadísimo en exprimir los bolsillos, entrenándonos para el desenfreno, mientras sea negocio, en cuanto se obtengan dividendos, se diluye la moral y la falta de ética empresarial no conoce limitaciones para ocultar, conspirar, engañar, como lo hizo durante décadas la industria tabacalera multinacional; recordemos tan sólo aquellos infames cañonazos de dinero que soltaron las compañías cigarreras en el Congreso mexicano para detener leyes que les perjudicaran con micro aumento en los impuestos al tabaco. Nomás nos e pudo, con dinero baila el perro, hoy más que nunca.

Ahora pensemos por un instante en que el narcotráfico en México se lleva aproximadamente 2oo millones de dólares en ganancias netas ¡cada día! Ya podemos dejar atrás las más fantásticas películas de “acción” de los capos del narcotráfico que produce Hollywood porque acá en México los narcotraficantes son enterrados en ataúdes con brocados lujosos, incrustaciones de oros, plata y piedras preciosas; usan escuadrones de temibles kaibiles y desertores de cuerpos élite del ejército, se matan y decapitan entre ellos mismos y desde adolescentes se entrenan en el lavado de dinero, además de aquilatar las conquistas de género, con mujeres al mando de familias corporativas de alto vuelo con en el cartel de Tijuana. Qué no harán estos poderosos con sus ejércitos de narcomenudistas para atraer a los niños y adolescentes, sus potenciales clientes, sin quienes obviamente, no habría negocio.

Ahora retrocedamos veinticinco años, hacia mediados de los años setenta, cuando puede distinguirse el primer claro auge en el uso “recreativo” de psicotrópicos con importante impacto demográfico, después de la ola del jazz subterráneo, be-bop y la generación de los primeros beatniks, pequeños círculos, casi sectas de alucinados como las que encabezaba Timothy Leary, y el hippismo dio a las drogas, sobre todo las psicodélicas, un lustre místico, de acceso a otros estados de conciencia, y unido a las ondas sonoras de la música ácida, el rock y el rythm & blues y la parafernalia del rockstar system y los mercados masivos que representan la etiqueta de contracultura que, independientemente de su valor como ideología antitética de la sociedad de consumo del ya desde entonces agotado capitalismo. Para un joven que no responde automáticamente, asimilándolos, valores y tradiciones culturales, que ya no se identifica con el modelo burgués de familia y un sistema de producción destructor, que devora a las masas como combustible para una maquinaria insaciable, solo, entre aparadores distantes que ofrecen mercancías de colores brillantes mientras se levantan edificios por doquier, como volcanes que arrasan su alrededor, precipitando diariamente personas como hormigas de sus trabajos a sus casas una y otra vez, por lo menos media vida.

Las drogas, entonces, por destructivas, por fugaces, son deseables para ese joven que defenderá a capa y espada su derecho a la rebeldía, su derecho a la embriaguez, al exceso, hasta que ya nos e puede defender, porque el sistema de la adicción te ha consumido.

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4/04/2007

La guerra contra el narcotráfico III / Consumismo y drogadicción

En la anterior entrega fuimos de una punta a otra de la madeja en la problemática del consumo de drogas y la violencia del narcotráfico. El jueves 29 en el vendaval de información pasa desapercibido un cable de la agencia Notimex, en la que se informa que en comisiones del Congreso se empieza el análisis de una propuesta muy importante que… ¡Sorpresa!, viene de la PGR, de la persona de José Luis Santiago Vasconcelos, que el sexenio pasado estuvo a cargo de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) y ahora subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales, que llega con una iniciativa que se dictaminaría este mes de abril, y que propone a la letra: “se permitiría la portación de dosis personales a drogadictos, con cantidades máximas de cinco gramos de opio preparado para fumar, 25 miligramos de heroína, dos gramos de mariguana y 500 miligramos de cocaína. Dicha propuesta también señala que la persona que porte drogas en dosis personales será remitida a las autoridades en el caso en que se les encuentre en centros educativos”. De entrada parece por lo menos relevante que se esté discutiendo, sobre todo cuando hace unos meses se desechó, afortunadamente, una propuesta para penalizar la posesión y el consumo mínimo lo cual, lógicamente, estiraría al máximo la hebra, con el riesgo de romperla a base de “soluciones” estrictamente policiacas, como hasta este momento parece encaminarse la política del gobierno federal en la complejidad de este problema multidisciplinario.

Y de nuevo en la punta de la madeja, regresamos a las primeras preguntas, las fundamentales: ¿por qué algunos seres humanos se hacen adictos a las drogas? No es una pregunta simple o de respuesta fácil como muchos quisieran, y se considera la predisposición genética, el ambiente social pernicioso como la desintegración familiar; la falta de cohesión social traducida en oportunidades reales para cada individuo, diferente en su esencia los demás, pero podríamos unir varias encrucijadas en las que estos elementos se integran con un oasis en la adolescencia: el poderoso paliativo, la droga mágica que liberará al doliente joven que no se identifica con su entorno y los valores con que ha sido educado en la casa y en la escuela; el adolescente promedio naturalmente atraviesa por cambios perturbadores, en el mejor de los casos, y la tracción de ese oasis que parece ofrecer la droga, puede revestir cierta dosis de miedo, pero en algunos casos éste es vencido por la sed de aventura, la tentación del lado oscuro de la vida, para que él o ella se acerque, y de un momento a otro empiece a experimentar ese fuego fatuo y, tal vez se asuste o satisfaga en parte su inquietud, pero con frecuencia ese derrotero de adicción, casi siempre dolorosa, podrá durar largo tiempo, a veces años y una vida entera.

La manera en que se ha presentado la tentación de las drogas y su impacto social ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, y en los próximos articulillos abordaremos aspectos de este proceso que nos lleven a comprender mejor la contextura de las drogas en el siglo 21.