Un modelo económico para armar en México III
Para entrar al detalle del modelo económico personalizado que han patrocinado y promovido los últimos gobiernos en México, tienen que ver obviamente con las geopolíticas económicas de los organismos del capital internacional y la tropicalziación de las fórmulas de política económica que han prevalecido en los últimos cincuenta años, por lo menos.
Las señales enviadas a los mercados internacionales y las centrales del capital, dan con el nombramiento de Agustín Carstens la certidumbre que esos polos de poder necesitan para reproducir sus modelos de desarrollo controlado en América Latina. México es más que una bisagra para esta concepción al norte de nuestra frontera, y lo ha sido desde el gobierno de Miguel de la Madrid bajo la modalidad del neoliberalismo.
En el debate de las ideas sobre este modelo sobresalen las agudas críticas a la típica exclusión del factor socio-político, que puede llevar en rápidas escaladas a escenarios como el de Oaxaca, donde la corrupción y décadas de miseria tienen sumido en el atraso a la población, en estructuras que hace un año se antojaban inamovibles.
Para el cuestionamiento de este modelo económico, nos remitimos a las premisas de un estudio de Baldemar Hernández Márquez, de la Antigua Escuela Nacional de Economía, del que se publicaron algunos extractos en la columna Vanguardia Política, de Aurora Berdejo, en el periódico El Sol de México.
El tema central es la pobreza, el saldo clásico del capitalismo a más de 500 años de existencia, algo que tenemos a bien recordar los que nacimos en América, pues con la conquista llegó este sistema, y que se reproduce con ferocidad desde la casa del vecino del norte, para todo el mundo, irradiándonos con especial intensidad, muy a su manera, incluso con murallas.
“¿Qué hacer con los pobres?”, puede ser el cántico demoniaco en las pesadillas de los políticos pagados por los dueños del capital y de alguno que otro millonario con vergüenza, ya que está claro que al gran dinero le hace falta, para reproducirse, la carne de cañón, cada vez más, porque es un barril sin fondo.
La política económica seguida por los gobiernos priístas, lejos de sufrir alteraciones, se vistió de foxismo en el sexenio que agoniza y tendrá vitalidad rediviva en la presidencia de Felipe Calderón, habidas sendas coreas de transmisión con Francisco Gil Díaz y Guillermo Ortiz, con Fox y don Agustín Carstens, para empezar, con Calderón.
Los panistas, con mayor enjundia que sus predecesores, defienden, con Calderón a la cabeza, la clásica tesis de que primero hay que generar la riqueza y luego repartirla, es decir, que los dueños del capital y los medios de producción deben enriquecerse primero para poder repartir utilidades después, pero prácticamente de la primera fase no pasamos, por el eterno hechizo del subdesarrollo.
Don Baldemar Hernández, citado por la señora Berdejo, identifica a Calderón con esta escuela, y rebate sus postulados al señalar que “mientras en 1950 el 49 por ciento del ingreso que se generaba en Francia estaba distribuido entre la población trabajadora, el 59 por ciento en Canadá, el 67 por ciento en Inglaterra, en nuestro país para ese mismo año, de la riqueza que se generaba apenas el 24 por ciento estaba distribuida entre la población trabajadora. Para 1960 estas circunstancias apenas habían mejorado con el 27 por ciento, el 28 en 1970, el 29 por ciento en 1980, con reducción muy drástica en 1990 que apenas alcanzó el 24 y 23 por ciento en el año 2000, siendo más drástica en el 2005 con el 21 por ciento. O sea que en casi 24 años de la aplicación del modelo neoliberal la pobreza se ha acentuado más con menos ingresos para la población trabajadora”, concluye el economista, que agrega: “en 1950 el 77 por ciento de la población que percibía ingresos declaró haber obtenido hasta mil pesos en promedio mensual cuando la canasta básica familiar tenía un costo de 850 pesos; en el año 2005, el 60 por ciento de la población que declaró percibir algún ingreso no rebasó los mil 200 pesos mensuales, pero la canasta básica de consumo en ese periodo fue superior a los mil 600 pesos, o sea que existe un déficit para cubrir sus necesidades mínimas de consumo”.
Las señales enviadas a los mercados internacionales y las centrales del capital, dan con el nombramiento de Agustín Carstens la certidumbre que esos polos de poder necesitan para reproducir sus modelos de desarrollo controlado en América Latina. México es más que una bisagra para esta concepción al norte de nuestra frontera, y lo ha sido desde el gobierno de Miguel de la Madrid bajo la modalidad del neoliberalismo.
En el debate de las ideas sobre este modelo sobresalen las agudas críticas a la típica exclusión del factor socio-político, que puede llevar en rápidas escaladas a escenarios como el de Oaxaca, donde la corrupción y décadas de miseria tienen sumido en el atraso a la población, en estructuras que hace un año se antojaban inamovibles.
Para el cuestionamiento de este modelo económico, nos remitimos a las premisas de un estudio de Baldemar Hernández Márquez, de la Antigua Escuela Nacional de Economía, del que se publicaron algunos extractos en la columna Vanguardia Política, de Aurora Berdejo, en el periódico El Sol de México.
El tema central es la pobreza, el saldo clásico del capitalismo a más de 500 años de existencia, algo que tenemos a bien recordar los que nacimos en América, pues con la conquista llegó este sistema, y que se reproduce con ferocidad desde la casa del vecino del norte, para todo el mundo, irradiándonos con especial intensidad, muy a su manera, incluso con murallas.
“¿Qué hacer con los pobres?”, puede ser el cántico demoniaco en las pesadillas de los políticos pagados por los dueños del capital y de alguno que otro millonario con vergüenza, ya que está claro que al gran dinero le hace falta, para reproducirse, la carne de cañón, cada vez más, porque es un barril sin fondo.
La política económica seguida por los gobiernos priístas, lejos de sufrir alteraciones, se vistió de foxismo en el sexenio que agoniza y tendrá vitalidad rediviva en la presidencia de Felipe Calderón, habidas sendas coreas de transmisión con Francisco Gil Díaz y Guillermo Ortiz, con Fox y don Agustín Carstens, para empezar, con Calderón.
Los panistas, con mayor enjundia que sus predecesores, defienden, con Calderón a la cabeza, la clásica tesis de que primero hay que generar la riqueza y luego repartirla, es decir, que los dueños del capital y los medios de producción deben enriquecerse primero para poder repartir utilidades después, pero prácticamente de la primera fase no pasamos, por el eterno hechizo del subdesarrollo.
Don Baldemar Hernández, citado por la señora Berdejo, identifica a Calderón con esta escuela, y rebate sus postulados al señalar que “mientras en 1950 el 49 por ciento del ingreso que se generaba en Francia estaba distribuido entre la población trabajadora, el 59 por ciento en Canadá, el 67 por ciento en Inglaterra, en nuestro país para ese mismo año, de la riqueza que se generaba apenas el 24 por ciento estaba distribuida entre la población trabajadora. Para 1960 estas circunstancias apenas habían mejorado con el 27 por ciento, el 28 en 1970, el 29 por ciento en 1980, con reducción muy drástica en 1990 que apenas alcanzó el 24 y 23 por ciento en el año 2000, siendo más drástica en el 2005 con el 21 por ciento. O sea que en casi 24 años de la aplicación del modelo neoliberal la pobreza se ha acentuado más con menos ingresos para la población trabajadora”, concluye el economista, que agrega: “en 1950 el 77 por ciento de la población que percibía ingresos declaró haber obtenido hasta mil pesos en promedio mensual cuando la canasta básica familiar tenía un costo de 850 pesos; en el año 2005, el 60 por ciento de la población que declaró percibir algún ingreso no rebasó los mil 200 pesos mensuales, pero la canasta básica de consumo en ese periodo fue superior a los mil 600 pesos, o sea que existe un déficit para cubrir sus necesidades mínimas de consumo”.
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